
Contó Eudocio que un perro cubano y un perro norteamericano de Miami se encontraban nadando en la mitad del mar de las antillas. El perro yanqui rumbo a Cuba y el perro cubano con dirección a Miami, dejándose flotar sobre las aguas para descansar. Así, entablaron una conversación:
- ¿Cómo andan las cosas con el nuevo régimen? preguntó el perro norteamericano.
- ¡Magníficas, estupendas! contestó el can cubano. Ahora hay mucha comida para todos, el alimento está tirado, no hay preocupación por llenar el estómago.
Dió una manotada sobre el agua y luego le preguntó al perro yanqui:
- Y ¿Qué tal en Miami?
- Muy mal, dijo el perro estadounidense.
Y agregó:
- En nuestro país han industrializado hasta la basura, de modo que los tachos están casi vacíos, no hay donde escarbar, es por eso que voy a Cuba.
Habiendo tomado aliento decidieron proseguir el viaje, pero intrigado el perro norteamericano preguntó a su congénere:
- ¿Y si allá la comida abunda, para qué diablos va usted a Miami?
- Es que en Miami, puedo ladrar.
Todos se pusieron a reír de buena gana.
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